domingo, 27 de enero de 2008

CIUDADANO

Alfredo Vera.- Quito, 25 de Enero, 2008.- Nadie discute que el ser humano es un animal político, aunque no sea militante. Hoy, después de la desaparición de todo accionar de los partidos y movimientos políticos, aplastados por los sucesivos triunfos de Correa y su Alianza, han perdido hasta la voz.

Recién en las últimas horas el socialcristiano Nebot (que pretende negar su identidad política) y cede a las presiones de la rancia derecha, reúne a lo más granado de los pelucones, aquellos que deben responder por el inmediato pasado que produjo como saldo tangible 3 millones de migrantes, sin contar los desaparecidos en los mares y los desiertos de la frontera mexicano-norteamericana.

Ellos mismos, con la complicidad de dirigentes mediocres, arribistas, tránsfugas, desertores, desprovistos de firmeza ideológica, que desprestigiaron la política y los políticos, hasta conseguir que esa noble actividad sea identificada como sinónimo de corrupción y felonía y la colectividad de partidos y movimientos políticos, haya sido enterrada.

Pero la sociedad ecuatoriana no puede vivir sin actividad política, porque sería negar una verdad científica descubierta por el filósofo Aristóteles, y esta especie animal, capaz de razonar –la humana- decidió mantenerse desligada de todo vínculo de dependencia orgánica, desilusionados por la forma de manipulación que llegó a denominarse “partidocracia”, equivalente a la aristocracia de la politiquería y asumió categoría decisoria de participación, a través de una nueva designación: la del ciudanan@ (individual) o ciudadanía (colectiva).

Esa categoría sociológica dio lugar a un nuevo rol (como gestor político), llamado ciudadano que, aunque no tiene disciplina orgánica sí debe asumir un compromiso con la Patria, con el proyecto denominado revolución ciudadana, con el voto que dio para que gane Correa; el que ratificó por el sí para que se haga la Asamblea Constituyente; el que recontraratificó por los candidatos de Alianza País para que sean asambleístas.

Ninguna revolución, que significa cambio rápido y profundo, se hace por decreto, sino porque el pueblo organizado ejerce y asume la decisión de esos cambios.

Mientras la oligarquía pelucona se organiza y se organiza, para pelear y para impedir que se produzcan los cambios rápidos y profundos, el ciudadano tiene que buscar la forma de organizarse, de incorporarse, de participar, de defender las cosas que están haciendo bien, de vigilar que la corrupción no empañe el camino, de criticar si hay inoperancia, de protestar si hay negligencia.

El ciudadano tiene que ejercer su rol y no debe esperar que lo llamen a ser parte de esa revolución, menos ahora que los propios medios de comunicación se sacan la máscara cuando sostienen que están en juego 2 opciones: seguir en la misma miseria y retroceso social, con la tesis del modelo gubernamental del neoliberalismo, frente a la posibilidad de llegar a la justicia social plena.

El ciudadano no puede caer en el vicio de la indiferencia, de la indolencia, de la complicidad con la injusticia, la corrupción, precisamente ahora que a su nombre se impulsa una revolución.-

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